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Rusty Rabbit es un juego de acción y exploración en 2.5D que mezcla metroidvania, plataformas, mechas, combate y mejoras mecánicas con gráficos low poly, desarrollado por Nitroplus y publicado por NetEase Games. ¿El resultado? Una experiencia que parece sacada de un cruce entre Hollow Knight, Wall-E y una fábula existencial con orejas largas. En esta review vamos a desarmar el juego por partes (sin taladro, lo prometo) para ver si vale la pena.
HISTORIA
La historia está protagonizada por un conejo dentro de un mecha. Sí, leíste bien: un conejo meca piloto. En un mundo postapocalíptico donde los humanos ya no están y los conejos heredaron la Tierra. Tomamos el control de Stamp, un viejo y cascarrabias conejo que se lanza a excavar en ruinas congeladas para buscar a su hija desaparecida.
En Rusty Rabbit, la historia empieza con Stamp, el protagonista, teniendo que salvar a su hija en un mundo postapocalíptico lleno de ruinas heladas y mechas oxidados. ¡Sí, un conejo! Y no uno cualquiera, sino un conejo de mediana edad con más sarcasmo que un gato con resaca. La trama es bastante sencilla, pero sorprende por lo bien que combina momentos de humor con situaciones inesperadas. Lo que le da ese toque extra es que Rusty Rabbit no se toma demasiado en serio, lo cual es genial. Este juego no está intentando ser un drama filosófico, sino una aventura entretenida que, entre excavaciones y saltos, logra conectar emocionalmente con el jugador… aunque no es que profundice tanto en el desarrollo de personajes o el mundo en sí. A veces te da la sensación de que podría haber ido más allá, pero, ¡eh!, estamos hablando de un conejo entrando a su vejez, pilotando un meca, así que tampoco podés pedir mucho. Sin embargo, sí se nota esa vejez en el personaje debido a su carácter de poca empatía, testarudo, algo egocéntrico. Un ejemplo podría ser entre sus comentarios, donde dice «Mi hija estudió esa cosa que decía llamarse ´Arqueología´. Ella era muy buena en sus estudios. Debí sacarla de los estudios y hacer que trabaje conmigo, así no tendría que trabajar tanto».
«Yo tampoco tuve mucha educación, así que quizá le di demasiada importancia a que estudiara. Ahí fue donde me equivoqué. Sin ella, no quedaba nadie que me ayudara y terminé haciéndolo todo yo solo».
JUGABILIDAD
Si alguna vez te preguntaste cómo sería jugar un metroidvania donde sos un conejo con un mecha que excava, dispara, conversa con sus vecinos y encima cocinales para hacerse amigo… bueno, primero que nada, deberías hablar con alguien. Segundo, Rusty Rabbit es exactamente eso. Y aunque no todo brilla como zanahoria recién lavada, la experiencia es bastante sabrosa. En principio, tenés una barra de vida que podés ampliar, curaciones limitadas, y enemigos que a veces te pegan con la fuerza emocional de una ex que no te supera. Si no mejorás tus armas y armadura, la cosa se pone dura. Pero si te ponés las pilas, la dificultad es bastante llevadera. O sea, te morís, pero con dignidad.
Controles:
Los controles son sencillos: te movés, saltás, cambiás de arma, usás habilidades y golpeás todo lo que se mueve (y lo que no también, por si acaso). ¿Funciona? Sí. ¿Es perfecto? No. Cuando la pantalla se llena de enemigos, efectos y partículas, manejar a Stamp se siente como si intentaras controlar un carrito de supermercado con una rueda rota bajando por una autopista. Pero tranqui, vos pegá, que algo vas a destruir. El juego tiene buenas herramientas para la movilidad: podés trepar, deslizarte para avanzar más rápido, y usar un gancho-látigo con el que te balanceás entre paredes como si fueras un Spider-Conejo. Todo eso suma, pero a la hora de pelear, sobre todo con jefes, se nota que falta algo clave: un dash o alguna forma de bloqueo.
La estrategia termina siendo un clásico “pego y me voy”, repetido hasta el cansancio. Y aunque al principio puede parecer parte del encanto, con el tiempo se siente limitado, especialmente cuando los enemigos van evolucionando a lo largo del juego, pero vos seguís esquivando como si tuvieras patas de madera. El combate se vuelve más una danza torpe que una coreografía fluida. Además, los saltos a veces son tan exagerados que cuesta calcular bien a dónde vas a caer. Es como si Stamp tuviera un resorte en las patas calibrado por alguien que tomó mucho café. Y cuando necesitás precisión, esos saltos pueden hacerte fallar más que una antena de TV en los ’90.
Combate:
El combate es simple y directo: tenés un botón para atacar y otro para cambiar de arma. ¿Minimalista? Sí. ¿Funciona? También. Pero no esperes coreografías de kung-fu ni combos locos: esto es más bien un «le pego, vuelvo, le pegro y retrocedo, le pego hasta que algo muera… o yo». Y si bien eso tiene su encanto, también tiene sus limitaciones.
La variedad de armas es uno de los puntos más divertidos del juego:
- Espada: ideal para los que disfrutan del contacto cercano y de ver a Stamp agitarla con entusiasmo. Tiene un ataque especial tipo onda cortante que te hace sentir como en un anime.
- Escopeta: perfecta para los días en los que no querés pensar mucho. Su ataque especial lanza un rayo recto que atraviesa enemigos como si fueran de manteca.
- Martillo: lento pero seguro. Con un ataque cargado que deja temblando al que lo reciba (y a vos también si no calculás bien).
- Taladro: el arma estrella, porque nada dice “héroe del apocalipsis” como lanzarte en línea recta con una máquina diseñada para romper pisos. Ideal para atravesar enemigos y rocas con un mismo grito de guerra.
Lo más curioso (y genial para los impacientes) es que los ataques especiales no tienen cooldown pero sí las recargas de las armas, así que podés abusarlos todo lo que quieras. ¿Querés tirar rayos como loco? ¡Dale! ¿Querés surfear con el taladro cada cinco segundos? ¡Adelante, rey! Además, a medida que progresás en el juego, encontrás planos para mejorar estas armas, lo que permite fabricar versiones más potentes de cada estilo. No cambia mucho la forma de jugar, pero sí le da más punch a los combates y esa satisfacción de ver números más altos y enemigos que caen más rápido.
Pero, más allá de la variedad y los efectos, el sistema de combate se queda corto. La falta de esquives o bloqueos hace que todas las peleas se sientan iguales: «golpeo, camino para atrás, golpeo». Y sí, muchas veces podés derrotar a los primeros jefes quedándote quieto y reventando el botón de ataque como si fuera una calculadora vieja.
Mapa:
Es un clásico homenaje a todo lo que amamos (y odiamos) de los metroidvanias. Zonas interconectadas, pasillos misteriosos, puertas que no se abren ni con gritos y caminos bloqueados que te hacen dudar de tu inteligencia por un buen rato. Avanzás, desbloqueás una habilidad, volvés sobre tus pasos y de golpe todo cobra sentido. “¡Ah, así que por acá era!”. Te vas a decir eso unas 47 veces por hora.
Lo mejor es que cada zona tiene su propia personalidad. Algunas son:
- Cuevas oxidadas con mala iluminación y peor intención.
- Ruinas que parecen salidas de un documental triste de Discovery Channel.
- Fábricas abandonadas donde claramente nadie aprobó un curso de seguridad laboral.
- Sectores con vegetación y animales, por si extrañabas un poquito de vida natural entre tanto engranaje.
- Un submarino completamente de metal bajo el agua.
- Ciudades abandonadas metálicas.
Y no es solo visual: cada zona tiene enemigos propios, diseño distinto de caminos, obstáculos únicos, y una lógica de navegación particular. Algunos mapas parecen sacados de un rompecabezas de 2000 piezas: no sabés si estás avanzando o si volviste al inicio en espiral. Otros te hacen jugar con puertas de colores: abrís las azules, se cierran las rojas, las abrís de nuevo y te perdés. Un jueguito de memoria y frustración hermoso.
En el camino, vas a encontrarte con bloques destruibles según la zona: roca, metal, pasto, lo que venga. Y no están ahí solo para molestar: te dan experiencia, que vas acumulando para subir de nivel y desbloquear los siempre bienvenidos puntos de habilidad. ¡Nunca sobran! Además, los fondos estos de los escenarios tienen un buen diseño. Hay detalles por todos lados, desde maquinaria gigante a paisajes medio rotos pero igual hermosos.
Todo esto tiene un lado B: puede volverse repetitivo. El loop de “mato, excavo, subo nivel, me pierdo, desbloqueo, vuelvo” puede no ser para todo el mundo. Sobre todo si no sos muy fan de quedarte media hora dando vueltas porque no encontrás ese único bloque que tenías que romper para avanzar. Por otro lado, la exploración y la rejugabilidad están aseguradas, y eso es parte del encanto.
Árbol de habilidades:
Es amplio pero amigable, como ese compañero del trabajo que tiene mil cosas en la cabeza pero igual te explica todo con paciencia. No necesitás un máster en estadística ni hacer teorías conspirativas con papel madera y piolines para entender cómo mejorar a Stamp; y eso se agradece. Acá podés mejorar cosas reales y útiles. Nada de habilidades inútiles como “+5 de encanto con los mapaches” o “resistencia al polvo emocional”. No, no. Acá todo sirve de verdad:
- Más vida, porque no sos inmortal (spoiler: los jefes se van a encargar de recordártelo).
- Más daño, para que tus golpes se sientan como un beso con puño cerrado.
- Más velocidad, para dejar de sentir que te movés como si cargaras una heladera.
- Más energía para las armas, ideal para tirar ataques especiales como si fueran panfletos en la estación.
- Mejoras directas a las armas y sus ataques, por si querés convertir tu martillo en una declaración de guerra o tu taladro en el símbolo nacional del caos.
- Reducción de costos en tiendas, porque ser violento no te quita lo ahorrativo.
- Habilidades pasivas útiles, como esas que te hacen más resistente, más efectivo, o que directamente te hacen sentir que sabés lo que estás haciendo.
Vas desbloqueando todo con puntos que ganás al subir de nivel o al completar misiones, y lo mejor es que siempre sentís que estás avanzando. Cada punto invertido se nota. Stamp crece, se vuelve más fuerte, más versátil, y vos dejás de sentir que cada combate es una reunión a piñas con final triste.
Enemigos:
los enemigos comunes no están ahí para hacerte pensar mucho… pero sí para hacerte pasar un mal rato. Vas a encontrarte con insectos metálicos de todo tipo: libélulas que se creen drones de combate, abejas que te odian con convicción, y arañas que tienen más ganas de arruinarte el día que de tejer telarañas.
Cada bicho viene con lo suyo:
- Las avispas metálicas te dejan una pasiva de “pérdida de energía” que es básicamente un veneno con intenciones de sabotaje.
- Las arañas te ralentizan como si hubieras pisado un chicle interestelar.
- Otros enemigos tienen efectos como reducirte el daño que hacés, dejándote tan inofensivo como una cucharita de plástico.
- Y en general, todos comparten un solo objetivo: convertirte en chatarra mientras vos intentás no perder la paciencia.
No son muy complejos, pero sí molestos.
Jefes:
Los jefes, por otro lado, no son solo sacos de vida con forma linda; tienen patrones, movimientos distintivos y hasta cierta personalidad. Lo mejor es que se diferencian entre sí, y cada uno te hace pelear de una forma un poco distinta (aunque con los controles como están… se sufre igual).
- La jirafa metálica, por ejemplo, tira bolas eléctricas, salta como si tuviera resorte en las patas y te hace llover piedras del techo como si fuera una tormenta de castigo divino.
- El camaleón te envenena, se hace invisible y encima se trepa por todos lados como si tuviera que pintar la pared más alta de una fábrica.
- Otros jefes te llenan la pantalla de proyectiles, o combinan ataques a corta y larga distancia, lo cual podría ser un desafío interesante… si tu movilidad no fuera digna de un lavarropas con entusiasmo.
Algunos jefes los podés pasar sin moverte demasiado, otros te exigen un poco más de maña, pero ninguno es injusto.
Sociabilización con los aldeanos:
Uno de los grandes puntos fuertes del juego es que te da ganas de hablar con todos. Sí, todos. Los aldeanos están llenos de carisma, historias interesantes, y muchos te dan cosas si sos simpático (como la vida misma). Estos son algunos de los lugares donde podés hacer sociales:
- Una iglesia donde te cuentan cómo la humanidad se extinguió y los conejos tomaron el poder (nada mal para un domingo).
- Un bar con misiones secundarias para ganarte unas moneditas y descubrir un poco más del mundo.
- Un restaurante donde podés invitar a comer a los aldeanos para ganar su amistad. ¿Tu conejo no solo pelea, sino que también invita la cena? Galán.
- Una tienda y un taller, básicos pero efectivos, para mejorar y comprar cositas lindas.
- Conejos caminando por ahí, que si les hablás te tiran buena onda, ítems o hasta una misión.
Este aspecto le da alma al juego. No es solo correr y pegar: también conocés el mundo, su historia, sus personajes, y te da ganas de volver a los pueblos.
PRESENTACIÓN
Rusty Rabbit se tira de cabeza al mundo con un estilo visual, que hace que todo parezca una mezcla entre dibujo animado y cómic medio indie. Y la verdad, le queda bastante bien. Stamp, nuestro conejo enojón favorito, tiene expresiones claras, movimientos fluidos y una vibra que grita “yo soy el héroe improbable”. Los entornos, aunque algo repetitivos, tienen buena textura y diseño coherente: hay muchas ruinas, metales oxidados, nieve y cables colgando como si estuviéramos en un Mad Max versión conejo.
Eso sí, a pesar de ser un mapa grande con más de 10 zonas a descubrir, hay momentos donde uno dice: “Che, este pasillo se parece bastante al otro pasillo que acabo de recorrer hace 15 minutos” a pesar de que sean diferentes regiones. La variedad de escenarios no es su punto más fuerte, estéticamente las zonas cambian su diseño y cada una tiene su estilo propio, pero a medida que avanzás, el juego puede volverse un poco visualmente predecible, ya que la composición de los pasillos y laberintos puede volverse predecible por zonas, aunque se implemente algún artilugio para intentar desplazarse mejor. Lo mismo con la variedad de enemigos; hay una buena variedad de enemigos creativos, por más que sean distintos tipos de arañas, de abejas, o insectos principalmente, o animales hechos de chatarra, algunos son de relleno ya que pasan desapercibidos al ser solo un pequeño obstáculo al principio, pero cumple con el objetivo simple que es molestar para darle algo de sentido al juego. Estos tienen más sentido a lo largo del juego. También hay detalles que podrían estar más pulidos, como algunas animaciones que se sienten un poco robóticas (aunque capaz, eso es parte del chiste, ya que todo está hecho con tecnología vieja y oxidada). Esto se nota más en los aldeanos, donde en las cinemáticas y en general la textura del pelaje es un detalle a destacar, ya que está muy bien logrado, tanto como su vestimenta, pero sus animaciones pueden ser medio repetitivas entre sí.
La música de Rusty Rabbit (compuesta por Busted Rose) es de esas que no molestan pero tampoco se te quedan pegadas. Acompaña, está, hace su trabajo. Es como ese compañero de grupo que no aporta memes ni ideas locas, pero cumple con pasar el trabajo limpio. La banda sonora tiene una mezcla de rock que pega muy bien con la destrucción, de sintetizadores suaves y momentos más tensos cuando aparece algún enemigo o se intensifica la acción, pero no es memorable ni emotiva.
Donde realmente gana puntos es en el diseño sonoro y el voice acting. Stamp tiene mucho carisma gracias a su voz (en la versión original, claro), con líneas sarcásticas, quejas constantes, y un tono que te hace sentir que estás acompañando a tu tío el gruñón a una aventura épica contra su voluntad. Los efectos de sonido también están bien logrados: los disparos, los golpes, los ruidos mecánicos del meca, todo suena como debe. Y eso ayuda mucho a la inmersión, ya que tanto el actor de voz inglés Yong Yea (voz de like a dragon 2023 y Enrico Pucci en jojo´s Bizarre Adventure: Stone Ocean) y el actor de voz japonés Takaya Kuroda (voz de Kazuma Kiryu en la saga Yakuza) hacen un muy bien trabajo y le aportan al protagonista esa profundidad notable, y aún más al juego.
Hablando del rendimiento en PC, la cosa es un poquito inestable. El juego no es súper exigente, pero tampoco está perfectamente optimizado. Si tenés una computadora promedio, vas a poder jugarlo bien, pero con algún que otro tironeo ocasional. Algunos usuarios reportaron pequeños bugs en la pantalla de menú, errores con mandos, casi ningún bug visual, y algún crasheo esporádico, especialmente si jugás con configuraciones gráficas altas. Nada grave, pero se nota que la prioridad no fue pulir al 100% esa versión.
En mi experiencia, tuve errores al principio de iniciar el juego en la pantalla de menú donde las opciones no se presionaban, pero nada más la primera vez al iniciarse. Además de uno o dos crasheos esporádicos.
CONCLUSIÓN
Rusty Rabbit es un juego que sorprende por su propuesta: un conejo gruñón, con un pasado misterioso y una lengua más afilada que su mecha, abriéndose camino en un mundo postapocalíptico a fuerza de disparos, excavaciones y mucho sarcasmo. Su historia es más profunda de lo que parece a primera vista, y aunque el juego se reserva varios giros para el desarrollo, mantiene un tono ligero gracias a un protagonista con bastante carisma. Se agradece el sistema de combate rápido, el backtracking tipo metroidvania y la gestión de mejoras del meca, que suman variedad. Sin embargo, también es justo decir que por momentos puede volverse repetitivo, especialmente cuando te das cuenta de que estás excavando en pasillos demasiado parecidos o enfrentándote a enemigos reciclados.
Estos gráficos tienen encanto, sobre todo en los personajes. En lo técnico, el juego corre bien en consolas y un poco menos pulido en PC, con bugs menores y alguna caída de frames, pero nada que arruine la experiencia. En el apartado sonoro, los efectos están muy bien logrados, el voice acting (tanto en inglés como en japonés) es uno de sus puntos más fuertes, y la música… bueno, acompaña.
Entonces, ¿vale la pena? Si te gustan los metroidvania con un toque diferente, personajes con mucha personalidad y una historia que se cocina a fuego lento, Rusty Rabbit es una apuesta segura. No es perfecto, pero es una experiencia divertida y bastante sólida. Recomendado especialmente para quienes disfrutan de explorar, mejorar armas y equipos, y no tienen problema con un diseño algo repetitivo. ¿Precio/calidad? El juego no es barato, y si bien su duración ronda entre las 10 y 15 horas dependiendo de cuánto explores, el contenido que ofrece se siente proporcional al valor. Eso sí, si sos de los que se frustran con backtracking o necesitas mundos ultra variados visualmente, quizás querés esperar una oferta.
Recomendado para: Amantes de los metroidvania, jugadores que priorizan historia y personajes, y quienes no tienen problema en pasar tiempo excavando más que en una obra de Edesur.
Rusty Rabbit
Rusty Rabbit es un metroidvania simpático, con una historia intrigante y un protagonista con más actitud que sentido común. Su jugabilidad es dinámica, aunque algo repetitiva, y visualmente cumple sin deslumbrar. La música acompaña sin destacar, y el rendimiento es aceptable con algún traspié. Ideal para quienes buscan una experiencia distinta con sabor a chatarra... pero bien pulida.
Análisis
- Precio / Calidad
- Gráficos
- Jugabilidad
- Sonido / Música
- Historia
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